El joven sabio observaba a su viejo aprendiz bailar entre los bosques hasta realizar la coreografía a la perfección. El anciano había notado a su maestro taciturno, triste y en todas las ocasiones preso de un cansancio vital extremo; hasta que le vio sonreír algunas veces ante sus avances en el entrenamiento. «Estará más animado», pensó. El joven sabio, que adivinó los pensamientos de su viejo aprendiz le dijo: no te confundas, una sonrisa puntual, una carcajada que haga temblar las hojas de los árboles no derrotan a la tristeza infinita.

Gatos de compañía.

Había un gato blanco y negro justo en el medio de la calle. No se movía. Por no mover, no movía ni las orejas. Yo sabía que me había visto y que me tenía localizada. Estábamos a pocos metros de distancia y yo tenía prisa por continuar mi camino. Sin embargo, el minino se me antojaba una suerte de cerbero en miniatura. Un custodio de todo lo que encontraría a la doblar la esquina.

Finalmente, me miró con sus ojos claros, con contundente intensidad; supe entonces que lo sabía todo, que me conocía. No había nada que pudiera intentar para apartarlo de mi camino. No podía vencer al gato sin derrotarme a mi primero.