Profundo

Profundo.

Me clavo, inserto, penetro.

Hondo; cada vez más hondo.

La cabeza me da una vuelta, dos vueltas, otra vuelta, una vuelta más.

Estoy profundo. Tan, tan profundo.

Alzo los brazos y los bajo

y aprisiono tu cuello

y…

-Deje respirar el vino, al menos 10 minutos, así se oxigena y podrá percibir mejor los aromas.

No moriremos de frío esta noche

Fue lo último que me dijo antes de caer dormido. Yo le creí. Siempre había ido con la verdad por delante; más bien, por todos lados. Hubert ha sido la persona más honesta que he conocido. Un ‘no filter’ personificado.

Así que… a pesar de los temblores que me sacudían entera, el color morado que veía aparecer en mis dedos y el ardor en mi piel lo creí; creí que no íbamos a morir de frío esa noche.

Me abrazó lo más fuerte que pudo y estuvimos así, apretados el uno al otro hasta que a la madrugada, por milagrosa suerte, el equipo de rescate, que habían enviado en nuestra busca, encontró la vieja y destartalada cabaña en la que nos habíamos resguardado de aquel espantoso temporal.

Las horas que duró el viaje al hospital y las pruebas que allí me hicieron, hasta que pude recuperar la conciencia por completo y ubicarme en el entorno, las recuerdo con la misma nitidez con la que se ve el camino cuando el viento y la nieve te salen al paso.

Cada invierno después de aquello, incluso cuando han pasado muchos años ya, me sigo poniendo muy nerviosa. Compro víveres que me duran hasta casi, casi, el verano y, al menos, un millón de velas. Por si la electricidad y el gas fallan. Contrato una empresa que quita la nieve que se acumula alrededor de mi casa casi a diario. Ahorro durante todo el año, así que no temo quedarme en bancarrota ante tanto gasto.

Empiezo a temblar el último día del verano. Y eso que no empieza a hacer frío hasta bien avanzado el otoño. Pero no puedo dejar de temblar en la calle, en casa, en todos lados. Me miro al espejo y es como verme en esos días atrapada en la cabaña: el temblor incontrolable, los dedos morados, la piel mordida por el frío. Y lo recuerdo a él, con su voz profunda que me hacía pensar en mi café favorito de mi ciudad. Lo recuerdo.

Lo recuerdo muerto de frío.

Piscina infinito

Dicen que comparar es inevitable, que siempre

comparamos y somos comparados.

Comparaciones entre cosas, entre personas…

 

Yo no te comparo…

con nadie

con nada.

 

Al final, bueno, en ningún momento en realidad,

Te conté que, no es que buscara nuestro encuentro

directamente, pero coloqué todas las casualidades

como piezas en un tablero de ajedrez.

Para encontrarnos.

Y jaque mate.

 

Pero no pasa nada, se lo cuento ahora a la gente

que me está leyendo. Nunca te comparé

con nada

ni nadie

porque no tenía

con quién

o qué

comparar.

 

Ahí fuiste totalmente nueva.

Por supuesto, incomparable.

Por supuesto, ahora no puedo parar de compararlo todo:

el café que bebo, el tiempo que paso en la ducha, las

conversaciones que tengo, los postres que te solía

preparar.

Y etc.

 

No creo que todo fuera mejor contigo, pero sin

duda es peor sin ti.

Y es ridículo y cierto.

Dije antes que (no para ti, tú no me lees) ahora no

puedo dejar de comparar cosas y personas.

Yo no escapo a mis comparaciones.

No me comparo con quien esté a tu lado ahora.

No me comparo

con nadie

con algo

 

Si pienso en mí, ahora que no estás, me siento como

si me hubiera transformado en una piscina infinito.

De estas que parece que el agua se precipita

al vacío del cielo.

Soy líquida y poderosa

pero inconsistente y escurridiza.

 

Me comparo con una piscina infinito porque

no puedo compararme

con nadie

ni otra cosa

 

Mi cuerpo es el hueco de la piscina y tu recuerdo

el agua que siempre vuelve a llenarme.

No te puedo comparar

con nadie

con nada

 

Y ojalá se pudieran invertir los papeles

y ahogarme y romper el mecanismo que

mantiene todo funcionando.

Y poder, por fin,

dejar de comparar

La espera

Elástica, insoportable e inevitable.

La espera es prima del anhelo. Y tiene una relación tóxica e irrompible con el deseo. Se espera por citas médicas, para pagar impuestos, para resolver asuntos de papeles. Se espera un ascenso, un WhatsApp, al amor de una vida, las vacaciones y las fiestas. En muchos casos también se espera la muerte.

Yo solo espero la lluvia.

WhatsApp Image 2017-11-24 at 18.18.03.jpeg

Pasajeros al tren

Pasajeros con destino a…

… suban al tren…

… su vagón es el siguiente…

… llegaremos a la hora programada…

El viaje había transcurrido en lo que para él fue un abrir y cerrar de ojos. Un abrir y cerrar de ojos que duró muchas horas. Pero habiendo sedantes, podría recorrer el mundo a cámara lenta.

Bajó con pasos torpes y en algún momento, sin saber muy bien cómo, entró en un taxi, dio la dirección correcta y se encontró entrando a la habitación de su hotel. La droga persistía en su organismo. Pero eso estaba bien.

Dejó la maleta al lado de la puerta. Tambaleante, sin desvestirse, se dejó caer de espaldas sobre la mullida cama. Tras dar una profunda bocanada supo que había llegado a su destino. Y eso estaba aún mejor.

Estate quieto o te mato…

… no te muevas, no quiero hacerte daño…

… te dije que no lo hicieras…

… no me has dado otra opción…

Llevaba la misma ropa que aquel entonces y estaba en el mismo lugar. De su bolsillo sacó la cabina de aquel tren de juguete, su favorito hacía mucho tiempo ya. Había partido y llegado a la estación. Había completado el circuito.

No volvió a abrir los ojos.

Artificio

Ese día me vestí con la ropa que tenía pensada ponerme desde una semana atrás, por lo menos. Mis botas de corte militar. Mis pantalones nuevos. Una de mis camisetas favoritas. Mi chaqueta de cuero. Todo negro.

Llegué al aeropuerto con tiempo de sobra, porque hoy ni el transporte ni yo misma podíamos ser motivo de tardanza. Me senté en unos de los bancos cercanos a las puertas de salida de los pasajeros que arribaban a la isla. Y esperé. Presa de los nervios, comía unas nuevas, al menos para mí que solo había disfrutado de las variedades que se comercializaban por estos lares, galletas Oreo de red velvet. Una frivolidad como otra cualquiera, pero me ayudaba a sobrellevar la impaciencia. A mi lado, tenía en una caja todo lo que me faltaba por darte; y algunas palabras que pude haberte dicho mejor.

Pasaron las horas.

Te vi aparecer al fin. Eras todo lo que esperaba y al mismo una persona completamente distinta. Te di la caja. Y te abrace durante una eternidad limitada. Respiré tu aroma. Nos despedimos y volviste a coger otro avión, lejos de aquí. Era momento para cada una de seguir nuestros caminos hacia destinos misteriosos. Antes dije que vestía toda de negro. Pareciera que fuera a un entierro, de luto. Igual no era tan desacertada la idea.

Claro que todo esto no deja de ser artificio; como el sabor de estas galletas.

El simpático camarero que estaba por las mañanas en la cafetería, a la que solía ir antes y durante el trabajo, comenzó un día a dibujarle corazones en los cortados que acostumbraba a pedir. ‘Me gusta que la gente empiece las mañanas con buen humor’, le dijo mientras ofrecía una sonrisa cálida, como una suerte de propina inversa, cuando la chica se sorprendió al verlo. Pudiera ser su sonrisa, el corazón de espuma o que el café era ciertamente delicioso; pero no encontró motivos para cambiar de local.