El simpático camarero que estaba por las mañanas en la cafetería, a la que solía ir antes y durante el trabajo, comenzó un día a dibujarle corazones en los cortados que acostumbraba a pedir. ‘Me gusta que la gente empiece las mañanas con buen humor’, le dijo mientras ofrecía una sonrisa cálida, como una suerte de propina inversa, cuando la chica se sorprendió al verlo. Pudiera ser su sonrisa, el corazón de espuma o que el café era ciertamente delicioso; pero no encontró motivos para cambiar de local.