La espera

Elástica, insoportable e inevitable.

La espera es prima del anhelo. Y tiene una relación tóxica e irrompible con el deseo. Se espera por citas médicas, para pagar impuestos, para resolver asuntos de papeles. Se espera un ascenso, un WhatsApp, al amor de una vida, las vacaciones y las fiestas. En muchos casos también se espera la muerte.

Yo solo espero la lluvia.

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Una cuestión de vestuario

Era bastante pequeña aún cuando mi familia y yo nos mudamos a la casa donde sigo viviendo a día de hoy. Siempre pensé que, cuando mis padres fallecieran o se fueran a disfrutar de su jubilación a un lugar más cálido, le vendería mi parte a mi hermana para que la disfrutase. Yo me imaginaba viviendo en el extranjero o en un piso en el centro.

Pero nada de eso sucedió al final.

Bueno, mis padres sí que viven ahora en la costa, entre paseos y aperitivos. Y les va muy bien, se les ve contentos aunque estén lejos de sus nietos. Mi hermana es la que vive con su marido y mi sobrino en el extranjero. Y al final yo, que nunca estuve especialmente apegada a la casa,, soy la que vivo aquí, con mi hija.

Recuerdo que los primeros años tras mudarnos, antes de que edificaran al rededor de mi manzana, el viento golpeaba huracanadamente nuestro hogar, sin piedad, casi todos los días del año. Al principio, mis padres, mi hermana y yo temimos volvernos locos. Yo tuve esa certeza por mucho tiempo… sobre todo cuando él me empezó a visitar por las noches.

No puedo recordar el momento exacto en que me percaté de su presencia… tampoco cuánto tiempo estuvo mirándome por las noches mientras dormía. Solo tengo grabado el momento en que un ruido muy fuerte contra la claraboya hizo que abriera los ojos. Y ahí estaba ella.

Era toda una figura negra, que casi rozaba el marco de la puerta de mi habitación. Muda. Nunca cruzó palabra conmigo durante todas las noches que estuvo ahí. De la misma forma, jamás vi sus ojos, aunque sabía que me miraba fijamente durante horas.

No fui capaz de llamar a mis padres, de pedir ayuda ni una sola vez. Sentía que las palabras se quedaban bloqueadas en mi garganta. Dejé de intentarlo. Me quedaba apenas respirando, agarrando las sábanas de la cama como mi última defensa, inútil. Solo recuerdo el terror que a día de hoy sigue alojado en algún lugar de mi cerebro. Aunque no salga a pasear a menudo.

Un día dejó de aparecer. Sin más.

Después de todos esos años mirándome, inmóvil, esa sombra muda simplemente desapareció. Y casi me había olvidado de ella hasta esta noche que, tras arropar y besar a mi hija, me dijo:

-Por cierto, mami. El señor del sombrero y la gabardina te manda recuerdos.

Pasajeros al tren

Pasajeros con destino a…

… suban al tren…

… su vagón es el siguiente…

… llegaremos a la hora programada…

El viaje había transcurrido en lo que para él fue un abrir y cerrar de ojos. Un abrir y cerrar de ojos que duró muchas horas. Pero habiendo sedantes, podría recorrer el mundo a cámara lenta.

Bajó con pasos torpes y en algún momento, sin saber muy bien cómo, entró en un taxi, dio la dirección correcta y se encontró entrando a la habitación de su hotel. La droga persistía en su organismo. Pero eso estaba bien.

Dejó la maleta al lado de la puerta. Tambaleante, sin desvestirse, se dejó caer de espaldas sobre la mullida cama. Tras dar una profunda bocanada supo que había llegado a su destino. Y eso estaba aún mejor.

Estate quieto o te mato…

… no te muevas, no quiero hacerte daño…

… te dije que no lo hicieras…

… no me has dado otra opción…

Llevaba la misma ropa que aquel entonces y estaba en el mismo lugar. De su bolsillo sacó la cabina de aquel tren de juguete, su favorito hacía mucho tiempo ya. Había partido y llegado a la estación. Había completado el circuito.

No volvió a abrir los ojos.