El cuchillo no estaba caliente. Podía sentirlo al pasar el dedo por la hoja, con cuidado de no cortarse. Encajaba perfectamente en su mano y tenía el peso justo para manejarlo con habilidad. Lo hacía girar entre los dedos mientras esperaba el momento para matar. El adecuado, el necesario. Por el que aguardaba pacientemente desde hacía horas. Hasta esa conjunción espacio-tiempo donde por fin pudo asir con sutil firmeza el mango; clavó el cuchillo hasta chocar con el plato. No tendría piedad con ese trozo de carne.

La adoraba. La quería. La amaba. La pensaba.

Pero buscó ser feliz y me arrebató su melancolía. Esa que se llevaba tan bien con la mía. Y me alegré de verla bailando por la calle, alejándose de mi lado.

Libre.

Tan libre…

Pero se la llevó. Me dejo a solas con mi melancolía. Y eso mis recuerdos no se lo podrán perdonar.

Ahora que la lluvia ha vuelto, empapándome hasta los recuerdos, te busco entre la multitud. Todos pasan a mi lado apurados buscando refugio, pero yo sigo en medio de la calle, quieta. Siento las gotas precipitarse por mi cara y escurrirse por mis dedos. Te espero. Te espero. Te espero.

Te esperé.