la la la la
la la la la
Otra vez la niña
la la la la
Otra vez la jodida niña
la la la la
Otra vez la cansina
niña
LoCaaaa
del
triciclo.
Es lo único que se percibe entre el ruidoso viento que reubica las hojas caídas en las calles. Mira, mírala ahora que da vueltas a la manzana, como pedalea en su triciclo, tan mona, rubia y con coletas.
la la la la
Que se calle. Por favor que se calle. Voy dentro de mi coche, con las ventanas subidas y la radio tan alta como mis oídos son capaces de soportar. Y solo la veo pasar moviendo la cabeza mientras pedalea y
la la la la
Distingo su boca berrear en silencio. Todos mis intentos por apagar su voz son baldíos. Veo cómo su lengua acaricia la parte alta de su boca mientras canta esa atroz melodía. Y la tengo en mi cabeza.
La
tengo
en
mi
CaBeZaaaa
la la la la
Antes de doblar la esquina a toda velocidad me mira brevemente. Me dedica su canción. Sigue cantando y con su dedito me señala al frente. Sigue moviendo la cabeza mientras desaparece de mi vista y
la la la la
Un borrón, sin cuenta nueva. Lo último que veo es una hoja posarse en el suelo y
la la la la

Una caña detrás de la puerta de teatro. Con caña me refiero, efectivamente, a tomar cerveza. En la ciudad había un gran festival de jazz y ella y yo sufríamos en conjunto por no poder acudir a ningún concierto. Ella, tan formal y tan rebelde, siempre sabía distinguir los momentos adecuados. Recuerdo que le enseñé el programa y me dijo: este concierto. A este tenemos que ir. Le dije que el precio se nos escurría entre los agujeros de los pantalones. Pero eso no la desanimó. Ella encontró la solución, igualmente tomarnos unas cañas y disfrutar del concierto, aunque atenuado, tras la puerta trasera del teatro. De todas las cosas que nos enseñamos, yo no aprendí la más importante. No supe aprovechar el momento adecuado.