Piscina infinito

Dicen que comparar es inevitable, que siempre

comparamos y somos comparados.

Comparaciones entre cosas, entre personas…

 

Yo no te comparo…

con nadie

con nada.

 

Al final, bueno, en ningún momento en realidad,

Te conté que, no es que buscara nuestro encuentro

directamente, pero coloqué todas las casualidades

como piezas en un tablero de ajedrez.

Para encontrarnos.

Y jaque mate.

 

Pero no pasa nada, se lo cuento ahora a la gente

que me está leyendo. Nunca te comparé

con nada

ni nadie

porque no tenía

con quién

o qué

comparar.

 

Ahí fuiste totalmente nueva.

Por supuesto, incomparable.

Por supuesto, ahora no puedo parar de compararlo todo:

el café que bebo, el tiempo que paso en la ducha, las

conversaciones que tengo, los postres que te solía

preparar.

Y etc.

 

No creo que todo fuera mejor contigo, pero sin

duda es peor sin ti.

Y es ridículo y cierto.

Dije antes que (no para ti, tú no me lees) ahora no

puedo dejar de comparar cosas y personas.

Yo no escapo a mis comparaciones.

No me comparo con quien esté a tu lado ahora.

No me comparo

con nadie

con algo

 

Si pienso en mí, ahora que no estás, me siento como

si me hubiera transformado en una piscina infinito.

De estas que parece que el agua se precipita

al vacío del cielo.

Soy líquida y poderosa

pero inconsistente y escurridiza.

 

Me comparo con una piscina infinito porque

no puedo compararme

con nadie

ni otra cosa

 

Mi cuerpo es el hueco de la piscina y tu recuerdo

el agua que siempre vuelve a llenarme.

No te puedo comparar

con nadie

con nada

 

Y ojalá se pudieran invertir los papeles

y ahogarme y romper el mecanismo que

mantiene todo funcionando.

Y poder, por fin,

dejar de comparar

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